Gonzalo González
Estrategias para habitar el desarraigo

Gonzalo González nació en La Cruz Santa, en el norte de la isla de Tenerife, en 1950 y a lo largo de su trayectoria artística se ha erigido como uno de los más importantes formuladores plásticos del paisaje en Canarias entendido como espacio en el que el hombre ha de construir su existencia. Inició su formación en 1969, en la Escuela de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, finalizando sus estudios en la Real Academia de San Fernando de Madrid. Gonzalo González se incluye generalmente en la designada como Generación de los Setenta, junto a otros artistas como Juan Luis Alzola, Juan José Gil, Rafael Monagas, Leopoldo Emperador, Ernesto Valcárcel, Juan Gopar o Cándido Camacho entre otros. Sin compartir una poética común o un programa conjunto, el impulso de estos artistas contribuyó a normalizar la modernidad artística, tanto en la plástica, como en el discurso y coadyuvó en la aparición de un soporte estructural de galerías y críticos.

Su primera obra, representada por series como Marginados, El Hospital, Interior y Homenaje a Bacon entre otras, muestra un profundo sentimiento de drama existencial a través de personajes anónimos que acusan la descomposición de su carne como única seña de identidad en una sociedad dominada por el signo de la racionalidad más perversa y deshumanizante.

Entre 1982 y 1996 Gonzalo González trabajó siguiendo un proceso de evolución relativamente constante, centrando el foco de atención en el paisaje, tema principal dentro de la tradición artística contemporánea en Canarias. Su idea del paisaje distaba mucho de ser escenario para que la identidad nacional echase raíces, y fue desde el comienzo material para discurrir sobre el problema del hombre y el territorio. Con el uso de inmensos campos de color y una gramática informalista, Gonzalo González se introdujo en el paisaje por la verja del jardín, para, a través de las evocadoras formas de setos y palmeras, traer al lienzo las relaciones existentes entre la cultura y la naturaleza.

Sus paisajes avanzan con la década de los ochenta, haciéndose cada vez más convulsos. Del telúrico rompimiento del color surgen punzantes construcciones y violentos acantilados que despejan para siempre la posibilidad de habitar de ninguna manera una naturaleza original. Una vez constatado el desarraigo, sus paisajes empiezan a respirar. En los años 90 su serie de Nocturnos nos muestra las consecuencias de la resaca cósmica. Sobre negros fondos se desdobla el horizonte, los jirones de nubes se ordenan y desordenan, en una elegante danza con los pedazos de aquellos acantilados, que ahora flotan por el aire. El autor, como un naufrago flota con ellos, buscando algún tablón en el que rehacer su hogar.

Con el nuevo milenio descubre en la escultura el tablón. Aparecen entonces sus cajitas y con ellas retornan los jardines ilusorios e ilusionantes. Con bronce elabora pequeños cubitos destapados de apenas 15x15 cm en los que introduce redondeados vegetales, tubérculos, caracoles e innumerables cachivaches. Con delicadas piezas de marquetería ensambla palmerales juguetones, como un niño que decide saltarse las instrucciones que venían en la caja para crear un mundo propio que habitar. En este tono lúdico interioriza finalmente el paisaje como estrategia para vivir el desarraigo, planteando la posibilidad de elaborar nuestros propios territorios íntimos como sustento de una forma, siempre propositiva, y nunca impositiva, de existir en el mundo.

Alejandra Villarmea López

Colaboradora de la Real Academia Canaria de Bellas Artes

Fuentes

SALAS, Ramón y CARRILLO, Ramiro. La piel y el geómetra. Gobierno de Canarias. Viceconsejería de Cultura y Deportes. Islas Canarias, 2007.

SADARANGANI, Gopi. Gonzalo González. Gobierno de Canarias. Viceconsejería de Cultura y Deportes. Islas Canarias, 1994.